Una vez más despierto en la oscuridad. Las viejas tablas de madera carcomida que en su día fueron colocadas para sellar la ventana dejan pasar unos miseros rayos de luna llena, añadiendo al fantasmagórico ambiente al que estoy acostumbrado. Es difícil decir por cuanto tiempo he estado durmiendo, pues una vez muerto los días se suceden sin control. Nada cambia en una buhardilla abandonada por los habitantes de la casa, prohibida terminantemente la entrada.
Doy una vuelta por las viejas estanterías y los montones de objetos tirados por doquier. Que poco respeto por la historia de esta familia. Todos y cada uno de esos mementos forman parte de su herencia. Cuentan como una pequeña familia de magos cualquiera llegó a la alta sociedad, famosos en el mundo entero por su arte, lideres en su campo. De la nada a la riqueza; y así lo abandonan. Generaciones olvidadas porque las nuevas reniegan de lo que sus ancestros hicieron, aunque sea la razón de su bienestar social actual, llegando al punto de tornar esta casa hacia la servidumbre de un dios que odia terminantemente este antiguo arte.
Y aquí paso los días, los años, las generaciones; esperando a que alguien con la curiosidad suficiente para saltarse las prohibiciones familiares entre en la buhardilla y descubra el gran tesoro de la magia que llevan en su sangre. Nigromancia. La misma magia que me ata a mi propio grimorio, ahí en un estante cogiendo polvo, permitiéndome mantener mi consciencia y servir de guía a generaciones futuras… aunque mucha suerte no he tenido.
De vez en cuando sube algún infante, aunque de vez en cuando puede ser para mi década, pero la mayoría huye despavorido del miedo, pierde el interés al ver las ruinas de lo que fue, o no sube una segunda vez tras la regañina de sus padres. Sin embargo, este día siento algo distinto, como si mi despertar hubiera sido animado por el propio destino. Solo mirar al cielo desde las rendijas puedo ver que estamos en una noche de gran poder mágico. Una noche de sucesos sobrenaturales. Un buen presagio.
Al poco de notar este detalle, cual pequeña prueba a mi teoría, escucho ligeros pasos acercándose a la entrada de la habitación, subiendo las antiguas escaleras hasta esta buhardilla. La puerta se abre con el crujido de la edad, tan cómoda como había estado durante tanto tiempo en la misma posición. Frente a mi se alzaba un joven de redondo rostro aun infantil, pelo negro azabache liso cortado al estilo militar, probablemente no idea suya. Camisa blanca, pantalones con tirantes y unos zapatos marrones. A pesar del polvo y suciedad que ya se había posado sobre él, puedo ver la calidad de su atuendo. Aunque renieguen de su legado, no puedo evitar sentir cierto calor en mi incorpóreo cuerpo al saber que mi familia sigue teniendo un buen vivir.
Tan atento estaba a fijarme en el joven; los ojos que me recordaban a los de mi sobrina Eris, ese puente de la nariz clavado al de mi padre, entre otros detalles; que no había reparado en que su interés en sus alrededores había desaparecido bruscamente. No por falta de curiosidad en lo que aquella habitación contenía, pero sino porque había visto algo que absorbía su atención por encima de todo… yo mismo.
Aquello era una sorpresa, los “Ojos de la Tumba” son una habilidad que circula en nuestra sangre, pero no lo había visto desde que la familia dejo atrás el estudio de la nigromancia. La capacidad de ver los espíritus anclados a este plano es lo que desarrolló tanto nuestro arte, el arma secreta tras nuestro éxito… y este joven los posee.
Por unos instantes no supe como actuar. No podía dejar pasar aquella oportunidad, pero tampoco quería asustarle tanto que no quisiera regresar. Especialmente porque ver espíritus y no comprender dicho mundo puede llevar a alguien a la locura.
Afortunadamente ninguno de mis temores tomó forma. Verme únicamente aumento el interés que él tenia en este mundo. Un par de palabras por mi parte, un par de explicaciones, y ya le había puesto en el camino de sus ancestros. Con mi grimorio en mano, permitiéndome abandonar esta pútrida habitación olvidada y así seguirle, el joven regresó a su dormitorio con un nuevo interés, una nueva meta, y un nuevo maestro que le guiaría el resto de su vida.